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COLAPSO EDUCATIVO: Un profesor cuenta lo que está pasando EN LAS AULAS | Damià Bardera

Damià Bardera desvela el colapso del sistema educativo español: cómo el pedagogismo ideológico destruyó la escuela pública y está hipotecando el futuro de toda una generación.

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Oriol Roda
nov 01, 2025
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Hoy comparto contigo una entrevista devastadora.

Si tienes hijos de menos de 16 años necesitas escuchar lo que Damià Bardera te contará.

Y te prometo que te dejará con los pelos de punta.

Damià es profesor de la escuela pública y autor del libro “Incompetencias Básicas” y rompe el silencio y expone sin filtros lo que está sucediendo realmente en las aulas de nuestro país.

Esta conversación es el testimonio documentado de cómo una ideología pedagógica ha vaciado de contenido la educación, dejando a toda una generación sin las herramientas que necesita para prosperar.

Si tienes hijos, si trabajas en educación, o si simplemente te preocupa el futuro de nuestra sociedad, esta entrevista te mostrará por qué el sistema educativo español ya no es el ascensor social que prometía ser.

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Ideas Clave de la Conversación

Por qué los pedagogos le temen a los datos objetivos

Aquí descubrirás una de las claves para entender todo el problema: la resistencia del sistema a medir resultados objetivos.

Damià afirma que se puede evaluar de forma clara si un alumno entiende un texto o cuántas palabras domina y argumenta por qué precisamente esos datos objetivables “no les interesan” a los lobbies de educación y a muchos profesores.

La razón es muy simple: permite al sistema educativo seguir fallando sin rendir cuentas. Es la diferencia entre gestionar con datos o gestionar con ideología.

Damià insiste en este tema cuando menciona que el sistema educativo se niega a hacer exámenes externos

¿Por qué no hacemos evaluaciones externas en segundo de primaria para verificar si los niños saben leer y comprender?

Por cierto:

Uno de cada tres estudiantes tiene ahora necesidades educativas especiales

Esta cifra se ha duplicado en solo 5 años.

La razón no es que haya más niños tontos ahora que hace cinco años.

Etiquetar masivamente a los alumnos con “necesidades especiales” se ha convertido en la excusa perfecta para justificar los malos resultados sin tener que cambiar nada.

Es la normalización del fracaso disfrazada de inclusión.

Damià va más allá y expone cómo personas que nunca han pisado un aula han impuesto sus teorías pedagógicas sin contrastarlas con la realidad. No estamos hablando de diferencias metodológicas. Estamos hablando de una imposición ideológica que ignora deliberadamente la evidencia.

Es el equivalente educativo a recetar medicamentos sin hacer ensayos clínicos.

Pedagogía vs Pedagogismo: la distinción que cambia todo el debate

Damià establece una distinción conceptual crucial que te permitirá entender exactamente qué está pasando.

  • La pedagogía como ciencia social que intenta mejorar el aprendizaje es legítima. Analiza la condición humana, busca maneras de optimizar la enseñanza, hace propuestas basadas en evidencia.

  • El “pedagogismo” es otra cosa completamente diferente: es la ideologización de la pedagogía y convertirlo en un dogma religioso.

Esta distinción te dará el vocabulario preciso para identificar y explicar el problema. No estamos en contra de mejorar los métodos educativos. Estamos en contra de su secuestro ideológico.

El error de “dejar al niño a su ritmo” en la escuela pública

Aquí se desmonta uno de los mantras más repetidos de la pedagogía moderna.

Damià explica la diferencia entre aplicar métodos como Montessori en un entorno con profesoras formadas que supervisan y guían, versus lo que sucede cuando ese mismo discurso se malinterpreta en la pública (donde no hay recursos ni formación) como “dejar al niño a sus anchas”.

En los colegios Montessori hay profesionales que saben cuándo intervenir. Saben cuándo decir “ahora tienes que leer esto” o “ahora toca hacer lo otro”.

Pero en la escuela pública, “el ritmo del niño” se ha convertido en un eufemismo para el abandono educativo. El resultado es que el niño “va a su propio ritmo” y termina la ESO siendo un analfabeto funcional.

Socializar sí, pero ¿y aprender?

Damià pone sobre la mesa la gran mentira que nos han contado.

La escuela es un lugar de socialización, evidentemente. Pero no puede ser solo esto.

Convertir la escuela en un centro de socialización está bien como complemento, pero cuando eso es lo único que queda, hemos perdido el propósito fundamental de la institución: enseñar.

¿Qué tienen que hacer los padres ante este panorama? Pagan sus impuestos, pero la escuela no está enseñando.

La confesión más perturbadora viene cuando Damià cuenta lo que le dijo un inspector educativo: el sistema funciona... como guardería. No se espera que los niños aprendan nada.

Es la admisión explícita de que la educación pública ha renunciado a su función y ahora solo aspira a custodiar niños mientras los padres trabajan.

La degradación de la profesión docente: de maestro a animador cultural

El deterioro de la salud mental del profesorado no es casualidad. Es el resultado directo de vaciar su función de todo significado.

Cuando Damià dice “nos quieren convertir en animadores culturales y con eso no voy a tragar”, está defendiendo no solo su dignidad profesional, sino el derecho de los alumnos a recibir una educación real.

Pero hay algo aún más grave: muchos profesores ya no saben cuál es su trabajo.

Damià lo explica con una comparación devastadora: un barrendero sabe cuál es su función. Pero un profesor, hoy, no lo sabe.

“Yo sé lo que hago porque voy a la mía, pero no sé qué es lo que el sistema espera de mí”, confiesa.

Cuando un sistema volatiliza el propósito de una profesión hasta el punto de que ni los propios profesionales saben qué se espera de ellos, hemos llegado al fondo.

La “inclusión” que excluye a la mayoría

El término “inclusión” tiene un antónimo tan feo (”exclusión”) que nadie se atreve a cuestionarlo.

Pero Damià muestra con honestidad brutal lo que sucede cuando aplicamos políticas de inclusión mal diseñadas: perjudicamos al profesor, a los 25 alumnos de la clase que sí quieren aprender, a las familias, y paradójicamente, también al alumno que supuestamente estamos “incluyendo”.

La paradoja final del sistema inclusivo es esta: para preservar el “derecho a la educación” de un alumno que no quiere ser educado y perturba la clase, se niega el derecho real de los otros 20 alumnos que sí quieren aprender.

Y de paso, se pone en riesgo la salud mental del profesor.

La neolengua educativa ha llegado al punto donde llamar a las cosas por su nombre es un acto de rebeldía. Ya no puedes decir que un alumno es vago. Tiene “dificultades”. Es “neurodivergente”.

Damià no entra en los motivos de por qué un chaval es vago. Puede tener un panorama familiar duro. Pero la realidad es que no hace nada, no tiene ganas de hacer nada, y no va a hacer nada.

Negar esta realidad con eufemismos no ayuda a nadie. Impide diagnosticar y resolver el problema real.

Los deberes y la trampa de clase: cómo el progresismo condena a los pobres

El niño que necesita deberes es el que cuando llega a casa no hay nadie allí. Y con el rollo de que no hagan deberes “pobres”, lo estás echando a los leones.

La campaña contra los deberes, presentada como progresista y protectora, termina siendo una sentencia de muerte social para los hijos de familias con menos recursos.

Porque al final, la educación actual, en lugar de ser un ascensor social, agranda la brecha social. Al renunciar a enseñar conocimientos sólidos (el único capital que pueden adquirir los más desfavorecidos), la escuela pública deja de cumplir su función y hace que el éxito del alumno dependa exclusivamente de los recursos culturales y económicos de su familia.

El fraude académico institucionalizado

Damià explica cómo los profesores buscan maneras de aprobar a los alumnos cubriéndose las espaldas: trabajos que no demuestran nada, exámenes donde se dicen las preguntas exactas para que el alumno las estudie...

Después viene alguna evaluación externa tipo PISA y resulta que estamos a la cola de europa en nivel académico.

Pero claro, es que nos estamos haciendo trampas desde hace mucho tiempo.

El sistema ha institucionalizado el fraude académico, obligando a los profesores a ser cómplices para poder sobrevivir. Es devastador porque muestra que todos saben que están mintiendo.

El colapso de la autoridad y sus consecuencias: la ley de la selva en las aulas

Cuando eliminas la autoridad del profesor, no se crea un espacio democrático. Se crea una jungla donde el alumno más agresivo y descontrolado toma el timón.

¿Qué pasa cuando hay este descontrol? Que quien coge el timón es el alumno más bestia, el alumno que agrede, el más descontrolado.

Y cuando hay descontrol, el bullying no solo es posible, es inevitable.

La cuestión de la autoridad no es que el profesor tenga siempre la razón o sea infalible. Pero si de entrada no reconocemos su autoridad institucional, hemos destruido la posibilidad misma de que funcione la educación.

Damià plantea la pregunta clave: cuando vale más la palabra del alumno que la del profesor, ¿que herramientas tiene el profesor?

Y establece un principio básico que el sistema ha abandonado: si hay normas, deben tener consecuencias.

Cuando un alumno salta una norma, sabe que el profesor lo sabe, y no pasa nada, el mensaje es claro: las normas no existen.

Es sano que los alumnos se salten las normas de vez en cuando. Forma parte del crecimiento. Pero lo que no puede ser es que se las salten, sepan que tú sabes, y después no haya consecuencias.

Esto es absolutamente nefasto. Es el empoderamiento del alumno en su peor sentido.

Damià también reflexiona sobre el peligro de los “profes guays”. Profesores más preocupados por caer bien que por ejercer su función. El problema no es querer conectar con los alumnos. El problema es cuando esa necesidad de aprobación te hace confundir los roles y renunciar a tu responsabilidad como adulto y autoridad.

El deporte como último refugio de los valores perdidos

En un sistema educativo que dice estar centrado en “los valores” pero ha eliminado la disciplina y el esfuerzo, el deporte se ha convertido en el último reducto donde los niños aprenden realmente lo que significa trabajar duro, respetar normas y alcanzar metas.

Damià señala la ironía: una escuela que ya no enseña, que no quiere enseñar, que se supone que está ahí para la cuestión de los valores... pues ni siquiera aprenden valores.

Los valores de la disciplina, el esfuerzo... fuera.

Los valores fundamentales que la escuela debería transmitir ahora solo se aprenden fuera de ella, en el campo de fútbol o en el tatami.

El bullying silencioso: cuando la excelencia es peligrosa

Una de las revelaciones más injustas de la conversación: hay alumnos brillantes que deliberadamente sacan peores notas para no destacar.

Porque destacar académicamente puede convertirte en víctima de bullying y ciberbullying. Se la están jugando.

El sistema ha llegado al punto donde la excelencia es un riesgo para tu integridad física y emocional.

No solo hemos dejado de premiar el mérito, sino que lo castigamos socialmente. Es la inversión completa de los valores educativos.

El consejo más doloroso: un profesor de la pública a los padres

Damià, profesor formado en la pública, que trabaja en la pública y que siempre ha defendido la pública, da un consejo que le duele en el alma:

“Si tienes hijos y te preocupa su educación, búscate maneras para que aprendan aquello que la escuela no les va a enseñar. Gástate el dinero en actividades extraescolares.”

Es una capitulación honesta y desgarradora. Incluso quienes aman el sistema reconocen que está roto y aconsejan buscar alternativas.

Educación como resistencia: el legado cultural que nos están robando

El momento de mayor profundidad filosófica de la conversación.

Damià plantea la educación como un acto de resistencia contra la deshumanización que viene.

Cuando dependes de herramientas externas (GPS, chips cerebrales, tecnología), pierdes tu autonomía real. La verdadera autonomía solo se consigue con un proyecto educativo basado en el pensamiento crítico, la lectura, la escritura analógica, el legado cultural.

Es mucho más fácil ir de lo analógico a lo digital que al revés.

Su propuesta es clara: la educación debe ser un espacio de resistencia a la deshumanización. Basada en cimientos que no cambien con las modas o la tecnología.

Y cierra con una advertencia devastadora:

Enseñar a usar Google Classroom es inútil porque la tecnología cambia. Pero enseñar el mito de Ícaro es para siempre.

Lo que se tiene que dar son unos cimientos para que el día que le venga una crisis al chaval (y habrá, porque la vida es crisis), tenga dónde agarrarse.

Los mitos, la literatura, el pensamiento crítico son cimientos perennes que sostienen a una persona cuando llega la inevitable crisis vital.

Al renunciar al legado cultural humanístico, estamos dejando a los niños sin las referencias profundas que necesitarán para sobrevivir a los golpes de la vida.


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